De "True Detective", el horror cósmico y una señora de Cuenca

Publicado el 17/3/2014 en sesiongolfa.com [contenido migrado]

COLABORACIONES

Marcos Gisbert

“Buenos días: yo soy una señora de Cuenca. Y tengo que decirles que las otras señoras de Cuenca y yo estamos hasta el gorro de que ustedes se acuerden de nosotras, pero solo para desprestigiarnos, al igual que a los señores de Cuenca. Propongo una alternativa para aquellos que se acuerden de nosotros a la hora de hacer comparativas. Que se acuerden de su madre, y pongan el símil con ella. Gracias”.

Con este emblemático “Yo acuso”, una indefensa señora de Cuenca (bajo graves acusaciones de ser ficticia) se manifestaba en un comentario al artículo de Alberto Rey en torno al gran criterio de aprobación de proyectos para televisión que un día, según cuenta la leyenda, sentenció Daniel Écija: “debe gustarle a una señora de Cuenca”.

Cierto que se trata de una mentalidad arribista, especulativa y contraria al hecho creativo, pero también es cierto que el trabajo de un productor, como el de cualquier empresario, (sorpresa) es hacer dinero. Bienvenido al mundo real, Neo. Con todo esto, y a propósito del bombazo de ficción televisiva que está siendo True Detective, lo que realmente se quiere poner de manifiesto en este artículo es el valor del riesgo.

Vayamos a la serie. True Detective narra la historia de dos investigadores en torno a un caso de violación y asesinato de una joven, que los conducirá a una trama mayor de crímenes y violación de niños en serie envueltos en icónicos rituales satánicos. Ambos detectives, un padre de familia borracho y promiscuo, y un superviviente de un pasado con altas dosis de ácidos, irán puliendo su relación de atracción/repulsión en un mundo decadente, que alienta el mal conforme avanza, dejándolo impune y libre a sus anchas. Con estas premisas, desde luego, un showrunner castizo no aspiraría más que a llegar a la programación de un canal trasnochado tipo Sci-fi. Pero no. Se trata de una producción, cómo no, de HBO.

Lo primero que debe destacarse es el punto fuerte y el atractivo de la serie, que no es su trama (en este terreno, poco hay que hacer después de Seven), sino sus personajes. Rust Cohle (Matthew McConaughey) es, sobre papel, una auténtica bomba de relojería que lo arrasa todo a su paso. Cual Othar, caballo de Atila, no queda nada tras él. Es la encarnación perfecta del hombre como sujeto histórico devastado (sí, chicas, el “hombre hombre”). La interpretación, o más bien absorción que hace Matthew McConaughey de su texto lo lleva a una empatía ascética que solo puede lograr, en segundo grado, que nos compadezcamos de este pobre hombre, rindiendo todo el honor a su nombre (“Rust”, óxido). En cuanto a Marty (Woody Harrelson), solo puede funcionar como amortiguador de la visión pesimista y decadente del mercenario de las ideas que supone su partenaire, una especie de filtro, de vaselina que nos hace a Rust más asumible.

Partiendo de la iconografía satanista, el código de ficciones clásicas de detectives (Chandler, Hammett), y la filosofía que emparenta a Lovecraft con Nietzsche, la serie crea un universo propio que, con sus defectos –que los tiene, nada que no se hubiera solventado con más reescrituras–, ya se ha convertido en la serie revelación del año, amén de vehículo de ensalzamiento que justamente, ha colocado a McConaughey en el Olimpo de los ídolos mediáticos (algunas lenguas afirman que su merecido Oscar por Dallas Buyers Club es un reconocimiento encubierto a True Detective). Y si además, el propio McConaughey se parodia a sí mismo como Rust (en este gag digno de los mejores Monty Python), ya estamos, decididamente, ante un eterno.

Ahora bien, volvamos por un momento a la señora de Cuenca. ¿Qué le ocurriría si viera el primer episodio de True Detective? ¿Entraría en estado cataléptico ante las revelaciones mesiánicas de Rust? ¿Llenaría de agua todas las bañeras de la casa, presa de un pánico milenarista? ¿Escribiría indignada a la cadena pidiendo la retirada de la serie por depravada e inmoral? Bueno, lo más probable es que al minuto 12 apagara el televisor o cambiara de cadena, pero lo cierto es que, a mi humilde entender, la reacción de esta buena mujer es absolutamente irrelevante. ¿Por qué? Porque estamos en una sociedad global, donde la población, y por tanto la audiencia, está considerada por estas grandes cadenas de producción de contenidos como internacional. Ésa es su clave. El clásico think big norteamericano. No piensan en el público en términos nacionales (“nacional” es el nuevo “local”), sino internacionales, a esperas de que, en distintos lugares del planeta, se encuentre el público suficiente que haga rentabilizar la serie. La señora de Cuenca es, definitivamente, un tótem de la era pre-Internet.

La tarea no es nada fácil, y solo puede conseguirse mediante convenios internacionales, co-producciones y asociacionismo empresarial. Y nos puede gustar más o menos, pero es el mundo que estamos abocados a vivir. La televisión pública y los servicios que puede ofrecer son otro cantar. Se están dando casos de éxitos televisivos financiados por el Estado. Es el caso de la danesa Borgen. Ya se sabe, el modelo nórdico. Como también se sabe que los daneses son unos privilegiados y un modelo así es virtualmente imposible en un país como España. El fantástico artículo “Lecciones Danesas”, recientemente publicado, da buena cuenta de cómo funciona dicho modelo.

La pregunta viendo True Detective era sencilla: “¿Podemos ofrecer historias que aspiren a una excelencia de nivel técnico, estético y narrativo innovando los sistemas de producción?”. O lo que es lo mismo: “Esto es la puta hostia. ¿Es que no podemos hacer aquí algo así?”. Quise creer, y estoy convencido, de que sí. Sí se puede. Con una hábil combinación de análisis de datos, afán de internacionalización, visión global y sólidos vínculos con el tejido exterior, el riesgo que supone la creación de series como True Detective puede revertirse para ofrecer productos realmente interesantes, dándose el hipotético caso, por ejemplo, de una trama en torno a los conflictos de una señora de Cuenca que lo petara (así, a lo Ruth Fisher).

Solo necesitamos el valor para hacerlo, ya que la materia prima de este país en el terreno intelectual y creativo es inconmensurable pero está así como mal canalizada. Y resulta interesante sacar a relucir el debate; es un tema muy corriente escuchado entre la gente que, de algún modo, forma parte de nuestra grima patriótica (justificada, por otro lado). De momento, por mi parte, me sumo a la cola de hooligans que ya esperan la segunda temporada de esta bizarra serie, no apta para todos los paladares, y seguiré divagando acerca de cómo podría ser una True Detective, digamos, a la española. Y no, no vale decir Antonio Resines.