El futuro de la televisión según Kevin Spacey

Publicado el 22/5/2014 en sesiongolfa.com [contenido migrado]

COLABORACIONES

Marcos Gisbert

22 de agosto de 2013. Festival Internacional de Televisión de Edimburgo. Discurso Honorífico MacTaggart en el McEwan Hall. 6:45 pm. El actor, director y productor Kevin Spacey comienza una conferencia de 45 minutos que revolverá las entrañas de la industria televisiva y la producción de contenidos en general (que también incluye, oh sí, el cine). Sus palabras siguen cuestionando una industria anclada en modelos obsoletos y el actor-productor, tras su paso por la serie House of Cards, cuenta su experiencia de primera mano y comparte sus reflexiones sobre el futuro de la producción de contenidos.

La conferencia completa puede verse en este enlace, o en su versión HD en este otro. Para los y las que seáis más de leer, hay disponibles numerosas transcripciones como ésta o ésta otra. También hay una versión de audio disponible en SoundCloud aquí. Veamos ahora las líneas generales del epic speech que se marcó Spacey.

“Con House of Cards, fuimos a las mayores cadenas de TV y todas ellas se interesaron por la idea, pero todas ellas querían que hiciéramos un episodio piloto antes. No es por arrogancia que a David Fincher [realizador], Beau Willimon [guionista] y a mí no nos interesara barajar la idea. Es que queríamos contar una historia que tarda un tiempo largo en ser contada. Estábamos creando una historia sofisticada, con muchas capas, personajes complejos que se revelarían a sí mismos a lo largo del tiempo y relaciones que tardarían en desarrollarse. Netflix fue la única cadena que dijo: ‘Creemos en vosotros. Hemos analizado nuestros datos y nos dicen que nuestro público vería esta serie. No necesitamos que hagáis un piloto. ¿Cuántos episodios queréis hacer?’. Y nosotros dijimos: ‘¿Dos temporadas?’”.

De entrada, nada puede pasarse por encima ante este monumento a la recreación shakespeariana que es House of Cards. Y es que, más allá de sus gigantescos logros en cuanto se refiere a construcción dramática, timing y diseño de personajes (que son ya muchos logros), lo realmente revolucionario de esta serie está siendo su modelo de producción. Vayamos por partes.

Todas las series de TV (lo llamaremos así para saber de qué estamos hablando) se han producido siguiendo el “modelo piloto”. La apuesta de House of Cards ha sido su contrario absoluto y el primer precedente de lo que puede constituir un nuevo modelo. Para empezar, la producción no corre a cargo de una “cadena de televisión” tradicional o grupo mediático alguno, sino de una plataforma de contenidos en línea que hasta ahora solo era exhibidora: Netflix. Esta plataforma ha estado recopilando datos de valoraciones de los usuarios durante años (analyitics). Como se revela en este artículo de The Atlantic: “Netflix posee una base de datos sobre la industria del entretenimiento en Hollywood absolutamente sin precedentes”. Y en este otro artículo del New York Times, los reporteros plantean si HBO no debería empezar a temer a una start-up (!) como Netflix.

Los formatos clásicos se tambalean ante la inminente invasión tecnológica, y el cine no podía quedarse fuera de una redefinición. Bajo riesgo de comisión de herejía, y en voz baja, confesaré el creciente efecto de ligera pesadez que me produce, sea en una gran sala o ante una pequeña pantalla, sentarme para ver una “película” (y lo llamaremos así para saber de qué estamos hablando). Porque al final, todo se trata de consumir contenidos. Elegir un formato “50 minutos” (llamémosle serie) o “120 minutos” (llamémosle película) es solo una opción. Y en el segundo caso, insisto en que cada vez más, uno debe meditarlo antes de lanzarse a la entrega del ser propio durante ese período de tiempo, como si de un acto de fe consumada se tratara. Y es que quizá, el formato “120 minutos” no sea un formato suficientemente orgánico en relación con el tratamiento de una o varias tramas, que ese tiempo no sea suficiente para relatar una historia que aborde la complejidad del ser humano y sus relaciones, con la sugerente profundidad con que el arte –y los relatos– ven necesario representar el mundo. A su favor, y por sus dinámicas de rodaje y producción, donde se dedica más tiempo y atención a elaborar la imagen, tenemos la posibilidad de disfrutar de construcciones estéticas mucho más depuradas de lo que podríamos ver en una “pequeña pantalla”.

A este respecto, sigamos con el Sr. Spacey y sus revelaciones, que a día de hoy arrojan toda la luz sobre este delicado tema, con una lucidez de pensamiento necesaria en medio de la convulsión en que se está moviendo el mundo:

“¿Realmente vemos un todo cinematográfico de 13 horas de forma distinta al de una película? ¿Definimos ‘película’ por ser algo de dos horas o menos? Desde luego, va más lejos. ¿Si ves una película en la televisión, ya no es una película porque no la estás viendo en un cine? ¿Si ves una serie de TV en tu iPad, ya no es una serie de TV? El dispositivo y la duración son irrelevantes. Las etiquetas son inútiles –excepto quizás para los agentes, ejecutivos y abogados que utilizan estas etiquetas para hacer tratos comerciales. Para los chicos que están creciendo ahora, no hay diferencia entre ver Avatar en un iPad, ver YouTube en una televisión [SmartTV] o ver Juego de Tronos en su ordenador. Todo es CONTENIDO. Todo es HISTORIA. En la próxima década o dos, cualquier diferenciación entre estos formatos –estas plataformas– habrá desaparecido. Si la historia es suficientemente buena, la gente es capaz de ver algo que tenga tres veces la duración de una ópera”.

Para hacer visible esta reflexión, el actor y productor retrata con una imagen satírica la hipotética situación de una familia actual que, como aquéllas de antaño, pretendiendo seguir un meticuloso ritual familiar, se sienta frente al televisor para ver Qué bello es vivir. La imagen no tiene desperdicio:

“Lo más parecido ahora es que hayas grabado Qué bello es vivir en tu DVR, mientras intentas reunir valientemente a la familia frente a la gigante pantalla de cine que has instalado en lo que solía ser el sótano; luego, puedes probar a saber dónde están tus hijos por Facebook, y pedirás a tu pareja que deje de Instagramear las fotos de la comida a domicilio que acabáis de pedir –durante la película–, mientras la abuela cuelga desesperadamente más fotos de gatos si cabe en su página de Pinterest, tu hijo borra a escondidas todo su historial de navegación y tu hija tuitea lo aburrida que es Qué bello es vivir porque no es en 3D, o ni siquiera en color… Entonces, sentirás ese cálido brillo del fabuloso tiempo en familia cuando todos nos juntemos para… ignorarnos unos a otros”.

Por fin, he aquí la madre del cordero: la frenética velocidad del avance tecnológico (Internet, streaming, multi-plataformas) coincide con el reconocimiento de la televisión como forma de arte, la denominada Tercera Edad de Oro de la Televisión, tras décadas de bullying por parte de los formatos considerados “mayores”:

“Cada medio artístico necesita un número de décadas para forjar sus cimientos y ser reconocido como una forma de arte legítima. Las novelas no se tomaban en serio al principio, porque no eran poesía. La fotografía se consideró inferior a la pintura durante sus primeros 50 años. Al cine, le costó décadas pasar de un entretenimiento barato de nickelodeon para las masas a algo considerado ahora un arte bello”.

Y sigue redundando en la misma idea: la tecnología, ese nuevo factor en la ecuación que debe empezar a considerarse una aliada, no un enemigo.

“Estamos ante el increíble encuentro entre un medio llegando a su máximo esplendor AL MISMO TIEMPO que la tecnología para este medio evoluciona drásticamente. Las cadenas y estudios que ignoren estos cambios –tanto la creciente sofisticación de la narración de historias, como las arenas constantemente movedizas del avance tecnológico– serán dejados de lado. Y si se niegan a escuchar estos avisos, el público evolucionará más rápido de lo que lo haría. Buscará historias y proveedores de contenidos que les den lo que exigen: historias complejas e inteligentes, disponibles cuando quieran, en el dispositivo que quieran y donde las quieran”.

Resulta chocante ver unidos en un mismo discurso, y con tanta solidez, los conceptos de arte e industria, esos dos hermanos bastardos aparentemente irreconciliables pero cuyo hermanamiento, precisamente, podría producir resultados exponencialmente sorprendentes. Eso es algo que las cadenas más arriesgadas comprendieron hace no más de dos décadas, apostaron por ello y dieron lugar a las series que todos conocemos hoy en día:

“Si hay algo que coincide entre la empresa y el arte es que, en la carrera de fondo, los que toman riesgos son recompensados. Todos ansiamos todavía las experiencias compartidas. Pero hoy en día, el momento en que la gente se juntaba en el trabajo para hablar de lo que habían visto en TV la noche anterior, se ha desvanecido. Ya no vivimos en un mundo que ve la televisión con cita previa. Porque la cita se ha hecho virtual, la discusión se hace ahora online y ésta es una generación ‘no-spoiler’ y sofisticada; las historias son el mejor nivelador, capaces de cruzar fronteras para unir al público. Y cuando hay tanto conflicto en nuestro mundo que hasta los países entran en guerra, con todo aquello que nos va haciendo pedazos, la cultura es lo que nos une. No se trata de encontrar a la próxima generación de David Leans o Stephen Bochco’s. También se trata de nuestra sociedad. Creo que la cultura no es un bien de lujo, es una necesidad. Las historias nos ayudan a entendernos unos a otros, traducen los conflictos de nuestro tiempo. Ah, y dos cosas sobre Sir David Lean que deberías saber: una, dirigió Lawrence de Arabia; dos, si no sabes quién es David Lean, estás en el negocio equivocado”.

Nota discordante: de la conferencia, hasta la última coma es rescatable, y cada uno de sus 45 minutos merece la pena solo por ver a Spacey imitando al que fuera su mentor Jack Lemmon (las anécdotas durante los primeros trabajos en TV de Spacey compartiendo plató con Lemmon son, permitidme la expresión autóctona, de traca). En todo caso, la cuestión de fondo sigue siendo el factor tecnológico, unido a la fragmentación de la audiencia y la multiplicación de las pantallas, lo que debe obligar a los modelos de producción a encontrar nuevas alternativas:

“El público ha hablado: quiere historias. Mueren por ellas. Se agarran a nosotros para que les demos lo adecuado. Y hablan sobre ellas, se atragantan con ellas, las llevan consigo en el autobús y a la peluquería, obligan a sus amigos a verlas, tuitean, bloguean, las cuelgan en Facebook, hacen páginas de fans, estúpidos gifs y quién más sabe qué; se comprometen con ellas con una pasión y una intimidad con las que ningún blockbuster cinematográfico podría siquiera soñar. Claramente, el éxito del modelo Netflix –estrenando la temporada de House of Cards’al completo– ha demostrado una cosa: el público quiere el control. Quiere libertad”.

Y es que quizá, como reza el anuncio publicitario de una potente marca (irónicamente, en TV), somos más poderosos de lo que creemos y quizá es cierto que el poder está cambiando de avanzada, con la transformación de un modelo donde las historias nos decían cómo debíamos ser, a otro donde nosotros (usuarios) elegimos cómo han de ser las historias, dejando el recado en las nuevas plataformas de producción a través de sus encuestas, valoraciones, comentarios, opiniones, críticas y puntuaciones.

“Los Soprano, Rescue Me, Weeds, Homeland, Dexter, Six Feet Under, Deadwood, Damages, Sons of Anarchy, Oz, The Wire, True Blood, Boardwalk Empire, Mad Men, Game of Thrones, Breaking Bad, House of Cards. Si la lista de series que acabo de leer no es la prueba más poderosa e inevitable de que el Rey de la televisión son los creativos –entonces no sé qué podrá convenceros”.

No hay que elucubrar demasiado acerca del futuro de las comunicaciones: la inminente sociedad del conocimiento, el alucinado futuro que nos relataban de pequeños, era esto y ya ha llegado. Está al alcance de las manos de todos, de todas, en la breve distancia que separa a tu dedo del ratón. Podéis divulgar la buena noticia.