¿Necesitábamos "Operación Palace"?

Publicado el 27/2/2014 en sesiongolfa.com [contenido migrado]

COLABORACIONES

Marcos Gisbert

Éste será uno más de los cientos de artículos publicados en los últimos días acerca de las pasiones contrapuestas que ha levantado la emisión del polémico falso documental “Operación Palace” el pasado domingo en el espacio Salvados que, hasta ahora, se había dedicado a la denuncia social directa, poniendo el dedo sobre la llaga de las injusticias más irritantes que se están produciendo en la actualidad. Sin embargo, como todo el mundo puede opinar, y es sano, y es gratis, mi pequeña píldora de opinión al respecto se ha fabricado. Y más que hacer pivotar el debate entre “Jordi Évole sí/Jordi Évole no”, resulta mucho más estimulante comparar lo ocurrido aquella noche del día de descanso con otro fenómeno que se estaba produciendo al mismo tiempo, aunque en otro lugar del espacio electromagnético (en otra cadena, vamos): el estreno del programa con formato de entrevista Viajando con Chester, del publicista, escritor y polemista de profesión Risto Mejide.

“Operación Palace” narra una delirante reconstrucción del golpe de Estado fallido que tuvo lugar el 23 de febrero de 1981 en el Congreso de los Diputados del estado español, a cuyo mando se encontraba el teniente coronel de la Guardia Civil Antonio Tejero. Muchos no vivimos aquella noche y muchos más sí recuerdan el shock colectivo que sufrieron frente a las pantallas de sus televisores a lo largo de toda la noche (la intentona golpista fue emitida en directo en una época donde un solo canal de televisión era el disponible y oficial). El documental muestra con herramientas de rigor (documentos y declaraciones de prestigiosos periodistas y algún político) el golpe de Estado como una confabulación de todos los líderes de los partidos políticos, cuya emisión sería orquestada por un director de cine que pronto se haría internacional: José Luis Garci. Al final del mismo, se desvela que todo ha sido un montaje, para sorpresa y sosiego de los telespectadores que, ingenuos, creímos tal versión en una suerte de escalada “si es verosímil, es posible y por tanto probable”. La alucinación de la trama va en aumento y el final tampoco nos cogió a todos por sorpresa, dicho sea de paso. Saltan las alarmas, incendio en las redes sociales, histeria colectiva. El resto es historia, y puede rastrearse por la Red. Podremos hablar de Orson Welles, la psicología del pánico, Stanley Kubrick, Operación Luna y hasta de Antonio Resines en otro artículo.

Observando la disparidad de reacciones, llama la atención su extremismo: del ensalzamiento fervoroso de la figura de Évole (conductor de la historia) al rechazo y anuncio de la mezquindad de la “broma”. Y curiosamente, aquí viene lo interesante, esta polarización se produce, gruesamente, entre los nacidos antes de la etapa de transición (finales de los años 70), para los que la broma no tuvo gracia ninguna, y aquellos nacidos después. Es decir, aquellos que recuerdan el golpe en sus carnes, como algo vivido y real, y aquellos para los que el golpe es una explicación en un aburrido libro de Historia (a lo sumo, una imagen de pandereta con un embrutecido guardia con tricornio gritando dentro del Congreso en un castellano horrendo). Y eso marca la diferencia, o incluso llega a serlo todo.

Lo que está claro es que algunas de las piedras de este mosaico no encajan, y es que el error de concepto del documental quizás es precisamente no haber registrado la sensibilidad del primer grupo de personas, aquellas pre-Transición. ¿Obra maestra, genialidad, brillante ejercicio de “comunicación audiovisual”? Sí (empezamos a entender qué significa “comunicación audiovisual”, ese engendro del lenguaje –gracias Évole–). ¿Error garrafal de falta de sensibilidad y responsabilidad social? También. Porque no todos somos “hijos de la modélica Transición” y, admitámoslo, las particularidades históricas de este país obligan a tratar ciertos temas, como mínimo, con delicadeza, porque esto no es Europa (sic). El espíritu del programa es el de hacer negocios durante el entierro, llevando las emociones a un nivel pornográfico. El fenómeno, eso sí, se terminará estudiando en las facultades de Periodismo como muestra del poder de los medios, y no tanto como se debería en las de Historia, como muestra de propaganda en su enseñanza oficial (qué versión del 23-F debemos tener para que hayamos podido creer algo de la ficción presentada, es objeto de otro tipo de artículo).

Paralelamente y a la misma hora, en la emisora de la competencia directa, otro personaje de la comunicación pública, Risto Mejide, se lanzaba al ruedo con un formato clásico (la entrevista) al que quería, fiel a su estilo, aplicar sus normas para transgredirlas, cuestionando la fina línea que separa la entrevista de la conversación. Como el ecosistema digital no asume que solo somos uno y no podemos desdoblarnos a la manera de los viejos Santos, tuve que ver “Viajando con Chester” al día siguiente, por podcast desde la página web de la cadena. ¿Quiénes son los elegidos para el primer programa? El expresidente José Luis Rodríguez Zapatero y el joven campeón mundial de motociclismo Jorge Lorenzo. Dos personajes públicos tan dispares entre sí como férreos candidatos a atraer al público más variado posible. Aquí, nos encontramos con un Risto borde, insultante, desquiciante (hasta aquí nada nuevo) y aparentemente innecesario. Pero a través de afirmaciones radicales (a Zapatero: “Nos engañaste”) y preguntas incómodas (a Lorenzo: “¿Estás preparado para la vida post-fama?”), el showman/ideólogo, a lo largo de la entrevista-conversación, va desmontando al personaje para convertirlo en persona. No en vano, el mensaje de la dedicatoria final del presentador-interlocutor, tras la conversación con el expresidente, es revelador: “Ojalá algún día se junten en este país talante y talento. Entonces volveré a creer”.

Resulta curioso comprobar cómo todos o casi todos los interrogantes que plantea esta coincidencia en la parrilla de programación se responden entre sí. No hay lugar a dudas de que el concepto tras la realización de “Operación Palace” es de un talento inalcanzable, y ha logrado su objetivo. Pero es evidente que estamos en una época en la que no necesitamos discursos parciales, sino totales. La ambigüedad del “todo era una broma” o “relájate, hay que reírse de todo” solo funciona en la dictadura del Sugus que, afortunadamente, se está desvaneciendo a pasos agigantados. Tampoco estamos en la época del utilitarismo post-muro de Berlín, sino más bien en la de “no habrá paz para los malvados”. Es la época de luchar contra los malos (porque existen) sin enturbiarnos, de reencontrarnos con una ética y un humanismo para todas las escalas de la sociedad y desde todas las escalas de la sociedad. Y en este sentido, el campo de batalla en el que se mueve el falso documental está fuera de territorio.

De todos modos, el debate no debe acalorarnos ni desviarnos de las cuestiones realmente importantes ya que todos tenemos una vida (aunque unos más que otros). Suscribiendo las palabras de un compañero acerca de la audiencia del programa: “5 millones de personas en un país con una población de 45 millones, tampoco es tanto, ¿no?”. Y es que, aun con todo, y reconociendo el valor histórico de la cifra en términos de share, como espectadores al final solo se trata de eso: televisión, a.k.a espectáculo.