Un año después de "La vida de Adèle"

Publicado el 1/6/2014 en sesiongolfa.com [contenido migrado]

COLABORACIONES

Marcos Gisbert

Un año después de hacerse con la Palma de Oro en Cannes 2013, y casi medio año desde su estreno en España, La vida de Adèle sigue dando carnaza (figuradamente, eh) para estimular la polémica. Y a estas alturas, que una película levante la polémica, no tanto por tratar el despertar lésbico de una joven de clase media, sino por sus tórridas escenas de sexo explícito, es grave. Por otro lado, por favor, revisemos Soñadores y luego hablaremos del buen gusto, y no de Adèle. Pero no nos desviemos del tema.

El caso de Adèle es de manual: una joven asume el rol sexual impuesto y, por la inercia recibida, sale con chicos (que los espectadores sepamos, con uno). No se siente cómoda, y una noche visita con su amigo gay la ruta de bares de ambiente. En uno de ellos, conocerá a la que la iniciará en las relaciones de pareja del mismo sexo. De ahí, a una historia de amor oceánico sublimada por el terreno en que las dos jóvenes encuentran el éxtasis: la cama.

Lo más interesante, sin duda, es que la película trata de eso, del sexo como sublimación espiritual, la fusión de los cuerpos como fenómeno de completud personal. Cuando el personaje de Emma anima a Adèle, como hace ella con la pintura, a involucrarse en alguna actividad artística como la escritura, “para sentirse realizada”, ella contesta, tiernamente: “No quiero escribir. Yo me siento realizada contigo”.

Ninguna narración es inocente, y La vida de Adèle no iba a ser de otro modo. Su distinción como “espejo no manipulado de la realidad”, “es como la vida real”, “el director no elabora, deja que la vida fluya tal cual”, es una postura radicalmente sesgada e ingenua. El personaje y la situación podrían haberse llevado mucho más lejos para lograr el efecto de “arco dramático de mujer vapuleada por la vida”, tan buscado por el realizador. Max Ophüls, Douglas Sirk o la novela francesa del siglo XIX lo lograron a la perfección. Por ejemplo, nada sabemos de los padres de Adèle en la segunda parte (un discreto y huidizo “como con ellos a menudo” dicho a su compañero de trabajo), ni si han aceptado o dejado de aceptar la opción de su hija; y es que el director decidió eliminar del montaje final la escena en que Adèle era expulsada de su hogar por sus progenitores de forma violenta. Asimismo, un final equívocamente abierto hace imaginar que Adèle sucumbirá a los encantos del actor metido a hombre de negocios que conoció años antes durante una fiesta en casa de Emma. Vamos, que no es que fuera lesbiana ni nada por el estilo, sólo estaba tomando cañas.

La película se acredita así como la historia de una pasión, y es muy legítimo, pero en nada deja paso a la realidad de la vida mencionada antes. La realidad y la pasión de vidas como las de Adèle son mucho más intensas y problemáticas y la versión mostrada aquí es moderadamente descafeinada, o light, según se prefiera. No es una cuestión de género sino, precisamente, de licencia artística.